sábado, 17 de octubre de 2015

Yo soy bueno, no hago mal a nadie…


“Pon atención, Ezequiel. Los israelitas me critican y dicen que soy injusto, pero en realidad los injustos son ellos. Por eso quiero que les aclares esto: Si una persona buena hace lo malo, todo lo bueno que haya hecho no la salvará de morir… Si a una persona buena le prometo que vivirá muchos años, y confiada en eso empieza a pecar, yo no tomaré en cuenta todo lo bueno que haya hecho, sino que morirá por los pecados que haya cometido.” Ezequiel 33.12-19
Es que yo soy bueno, no le hago mal a nadie… Es una frase bastante común, muy usual, muy propia de la raza humana. Es más, seré más fuerte aún, muy propia de la raza humana caída que vive contrario al deseo de Dios.
Y es que yo no le hago mal a nadie. No le deseo el mal a nadie. Yo no busco pleitos con nadie. ¿Acaso yo no soy una persona buena? Déjame contestar esta pregunta, no con mis palabras, sino con las palabras de Aquél que está en la posición perfecta a recibir este adjetivo y lo que curiosamente respondió al respecto: “Cuando salía para seguir su camino, vino uno corriendo, y arrodillándose delante de Él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Y Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? NADIE ES BUENO, SINO SÓLO UNO, DIOS. Tú sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre. Y él le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes”. (Marcos 10:17-22 ) sólo Dios es bueno y no tú)
Te pregunto, si esto fuera cierto, ¿no se supone que el colectivo refleje lo que cada uno profesa ser en su vida individual? ¿No se supone que en un mundo lleno de personas ‘buenas’ fuera paradisíaco vivir? Entonces, ¿por qué en nuestro querido mundo,lleno de personas ‘buenas’, abunda la falta de amor, escasea el respeto por la vida y propiedad y por milla cuadrada tenemos crímenes ¿Por qué acaso el planeta colapsa ante la escasez de valores y la falta de amor hacia el prójimo? No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Vamos a ver lo que la Biblia dice consistentemente acerca de esto. En el Salmo 53:1-3 la Palabra nos revela lo siguiente: “Dice el necio en su corazón: «No hay Dios.» Están corrompidos, sus obras son detestables; ¡no hay uno solo que haga lo bueno! Desde el cielo Dios contempla a los mortales, para ver si hay alguien que sea sensato y busque a Dios. Pero todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!”
Como si fuera poco, en Romanos 3: 10-12, haciendo referencia a la escritura previamente citada, así lo reafirma: “Así está escrito: No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!”
Si hay algo que caracteriza a la Palabra de Dios es su consistencia. Desde la creación del mundo hasta el presente el gran ausente de la raza humana a causa del pecado lo es la: BONDAD. La naturaleza humana es egoísta y hedonista. No piensa en el bienestar ajeno si se compromete nuestro bienestar. Esta falsa concepción del ser humano es lo que redunda en una generación renuente a cambiar, repitiendo los errores del pasado, perpetuando patrones de destrucción, pues nadie es capaz de corregir aquello que no entiende debe cambiar. Ninguno de nosotros somos ni seremos buenos en este mundo. ¡Eso no es propio de la raza humana! Mas, sin embargo, a los que Dios nos ha llamado, estamos supuestos a comprender esto, que en el momento justo donde recibimos a nuestro Señor, entonces cuando crezco y persevero en conocimiento y ciencia acerca de Dios, estos frutos empiezan a accionarse y empiezo a modelar unas conductas que de lo contrario son imposibles para mí. Puedo bendecir al que me maldice. Puedo amar a quien me odia. Puedo desprenderme de lo que antes era indispensable para mí. Cuando creemos en Dios, Él deposita unos valores y acciones correspondientes al Reino radicalmente distintos: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.” (Gálatas 5:22-23 )
¿Significa esto que ahora seré bueno? Para nada hermano. No somos naturalmente buenos. Pero no tenemos por qué vivir con sentimientos de culpa de ninguna índole. Por el contrario, Dios nos ve vestidos de la justicia de su hijo, Cristo. Cuando Él te ve a ti, si lo has reconocido como tu Único Señor y Salvador, “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico” (Romanos 7:19), lo importante es seguirlo intentando con la ayuda del Espíritu Santo. Y en última instancia, cuando algún vestigio de bondad salga de nosotros, debemos humildemente reconocer que esa bondad no es producto de nuestra naturaleza, sino es la manifestación de la naturaleza divina que vive en nosotros y vivir una vida de agradecimiento por traer a nuestras tinieblas, luz. ¡¡¡Acaso no te sorprende cuán bueno es nuestro Dios!!!
Anímate hermano, no somos buenos, pero le servimos a un Dios que Sí lo es y ha decidido mirarte a través de su propia bondad. Ama, perdona, testifica, vive un cristianismo de altura y diferente, transmite la bondad del Espíritu que sobre ti se derramó.
¡Que tengas una hermosa y bendecida semana!

! TU CREES QUE DIOS CASTIGA.!


Hoy en día muchos fieles cristianos sostienen que Dios no castiga, pues Él es amor. Analicemos brevemente esta tesis sorprendente.
El verdadero castigo no tiene nada que ver con el sadismo o la crueldad, sino que está relacionado con la justicia. El diccionario define “castigo” como “pena impuesta al que ha cometido un delito o falta". El hecho de que Dios castiga, es decir que impone penas a los culpables de pecados, es una de las verdades mejor atestiguadas en la Sagrada Escritura. En efecto, en la edición en CD-ROM de la Biblia denominada “El Libro del Pueblo de Dios", las diversas palabras derivadas del sustantivo “castigo” o del verbo “castigar” aparecen 291 veces (25 de las cuales en el Nuevo Testamento) y la gran mayoría de las veces se refieren a castigos divinos. Además se debe tener en cuenta que muchos otros textos bíblicos se refieren a esta misma realidad (los castigos divinos) sin emplear las palabras mencionadas.
A modo de ejemplo citaré sólo cinco de esos textos:
• Éxodo 20,7: “No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque Él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano“.
• Salmos 39,12: “Tú corriges a los hombres, castigando sus culpas“.
• Ezequiel 30,19: “Infligiré justos castigos a Egipto, y se sabrá que Yo soy el Señor“.
• Mateo 25,46: “Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna“.
• Romanos 12,19: “Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor“.
Toda la Tradición de la Iglesia confirma esta realidad atestiguada por la Biblia. Hasta tiempos muy recientes el hecho de que Dios castiga a los malos fue una verdad evidente para todos o casi todos los cristianos. Sólo últimamente se ha difundido la noción contraria, con base en un concepto superficial del amor divino.
Los padres humanos aplican castigos a sus hijos para corregirlos cuando éstos cometen faltas que los ameritan. Un padre que no castiga jamás a sus hijos, hagan lo que hagan, no demuestra amor por ellos, sino una funesta indiferencia o falta de autoridad. Seguramente la actual crisis de la autoridad paterna y materna tiene relación con la concepción del amor como un mero sentimiento carente de exigencias morales.
El amor de Dios no es incompatible con el castigo divino, al igual que Su misericordia no es incompatible con Su justicia. La fe cristiana enseña precisamente lo contrario de la tesis que estamos discutiendo: Dios castiga porque Él es amor; castiga a los pecadores porque los ama y porque quiere que también ellos (y todos los hombres) alcancen su fin: la unión con Dios mediante una libre opción de fe, esperanza y amor por Él.